La veo todos los días. Pareciera que volase por el suelo, siendo una extranjera entre murallas de hombres. Se mueve en el cemento como si fuera un campo de margaritas. Mira las nubes buscando una salida del laberinto.
La miro para que sepa de mí y así ha funcionado durante más de tres años. Rutinariamente, después de sonreírme entra al lugar donde compra energías para vivir y al salir me compra vendajes adhesivos. La saludo cordial y le digo que es una nueva especie de flor, la más tierna de todas.
Ha pasado un tiempo y ahora la veo todos los días. Tiene una mirada turquesa como una magulladura que comienza a sanar. Yo mataré a todo quien te quiera lastimar y si ya lo han hecho, seré vendaje en tu piel. “La quiero mucho” le he dicho, un pequeño rubor cubre sus mejillas y sonriendo ella continua su camino.
Entre los campos de cemento la veo bailar, pero un joven es su pareja de baile. Sus ojos parecen un arcoíris de alegría ¡Cómo quisiera ser yo quien la iluminase!
De esto ya ha pasado todo un año. Hoy intento que me salude, pero ni una mirada recibo de ella. “No me dejes” le he rogado en sueños, porque sólo en mis sueños ella se tomaría de mi mano. Aunque quisiera mirarla, ya no podría, porque ella se ha mezclado con la multitud… o quizás no quiso ser más una persona, sino una flor. Quisiera que me viera, pero ya no tiene ojos. Quisiera que me oyera, pero oídos no quiere. Quisiera verla bailar, pero se enraizó en la muralla.
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