Nos sentamos sobre una frazada que cubría la arena del desierto. Hacía frío y no querías un abrazo. Nos servimos el chocolate de la botella térmica. Te miré, tus ojos reflejaban el horizonte y el agua del mar se posó en tus mejillas. Imagina que no es mar sino un lago, -te dije- así que puedes beber el agua, en lugar de derramarla.
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