Te sentaste en el muelle de madera a ver cómo el puerto tapaba la línea del horizonte y te sentiste sin ganas de cantar, sin ganas de ver el horizonte ya. Te recostaste y miraste la luna que se salvó del concreto. Pensaste en el día, en la noche, en los autos, la gente; y sentiste que era mejor mirar la luna salir al mediodía y las luminarias brillar en el ocaso. Pensaste en la gente, como recuerdos, recuerdos en la distancia. Pensaste en sus labios y quisiste dormir en sus ya inexistentes brazos. Pero te consoló la idea de hacer sonar unas cuerdas para reemplazar el sonido de sus pulmones.
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